No nos atrevimos a reconocer que estábamos hechos pedazos y esa canción se encargaba de recordárnoslo cada vez que sonaba. El reloj sonaba cada día a las seis, haciéndonos creer que eran las tres, porque ya no pasaba el tiempo entre los dos.

Las aceras cambiaban de color a nuestro paso, los semáforos nos prohibían seguir el mismo camino, nuestras manos entrelazadas nos pedían una tregua en nuestros bolsillos, y la noche nos separaba en dos camas diferentes.

Ahora solo quedan silencios incómodos entre canciones que me recuerdan partes de tu cuerpo, y las palabras desesperadas que no me atrevo a escribirte en una carta que nunca te enviaré.

El equilibrio es imposible en esta habitación mientras tú estés dando vueltas sin estar. La alfombra grita calma bajo tus pies al mismo tiempo que habla de los dos, y yo te sigo, porque creo que en el fondo hay algo que nos une, aunque tengas una sonrisa preciosa y no seas feliz.

Todo había cambiado en cuestión de segundos mientras el reloj sonaba a las seis y quería que fuesen tus manos en mis bolsillos.

@Redry13