Amanece.
Son las tres en el reloj
y huele a pasado,
duele a presente
y hoy en el futuro se avecina tormenta.

Paso a paso,
gramo a gramo,
me pesas el viento que atraviesa nuestras manos,
sin robar segundos al verano.

Recuerda el vapor,
como quema el mechero un sábado.
Una fiesta clandestina en aquella habitación,
y entre tus dedos, antes de abrazarnos.

El misterio de enjaularse en un regazo,
el rumor de qué habrá pasado
la cerveza fría
el calor de unos labios.

El balcón grita escupir al vacío,
gritar abrazados
conversar pasando frío
llorar por quien está en la habitación de al lado.

Los ceniceros apagaban a cañonazos
sin contratiempos en el sonido,
ni en el tocadiscos saltando de canción,
y la luz a medio gas.

Noches para vomitar en un baño cualquiera,
con cualquiera,
donde el futuro solo inventa lo que ya no se recuerda.
Las noches que nos inventamos en el balcón de un décimo.