He perdido intensidad,

me he cruzado muchas veces con quien no quería

y las balas han silbado demasiadas veces cerca de mi cuerpo.

Me estoy desvaneciendo.

Los atajos de la casualidad no quieren verme en lo que las pocas neuronas que no han muerto bañadas en alcohol desean en mis pensamientos o que anhelan de un recuerdo pasado.

Me caigo una y otra vez.

No consigo respirar nítido,

ni ver más allá del olor de verte amanecer en una habitación a oscuras que descompone cada silencio que no es silencio,

cada silencio que solo soy yo en esta cama vacía llena de mí.

Me asfixio en mi aire libre.

No invierto en mí todo el tiempo que me necesito,

aspiro,

y suspiro el vértigo de verme amanecer

y no tener un atardecer a quien dar la mano enamorado.

Me deshidrato con cada uno de los besos que me faltan.

Se desinstalan todas las actualizaciones de los recuerdos que no guardé debidamente,

y se pierden en el fondo de la papelera de las constantes que he dejado de usar por tu culpa,

por tu ausencia.

Me desinstalo debidamente de tu presencia.

Se me infectan las heridas que sin sentir te sienten cada vez más lejos de los versos y los sorbos de las cervezas que vomitan caos e irreverencia,

pero sobrevivo,

aunque a veces no quiera o no haya querido.

Me enveneno con cada pulsación.

Te aseguro que me he preguntado a mí mismo por qué sigo con esta historia y me responde una y otra vez mi cuerpo con la misma respuesta:

el invierno en esta ciudad no termina nunca.

Y me siento,

aunque tú ya no sientas.

 

 

Redry.