Me enamoré de un desastre. Era el mejor ejemplo de
un mal ejemplo, de los que alteran tus constantes
cuando te acarician con sus plumas y desaparecen en
callejones sin salida. De los que escapan para hablar
a solas con su colchón.
El problema solía comenzar cuando los latidos se
aceleraban, cuando el viento se dejaba de sentir en la
cara y pasaba a las manos, cuando el planeta dejaba
de ser nuestra casa para ser «Nunca Jamás». Era de las
que se pinta los labios sabiendo que no va a besar.
Me enamoré de una tela de araña, de las que te enredan
en tu cuello y juegan con la razón a través del
doble fondo del cajón de los corazones rotos. De las
que se baja la Luna ella sola si quiere soñar.
Y me perdí, como se pierden todos los que se enamoran
de una camisa llena de agujeros, agujeros por los
que dejar escapar cada una de las veces que me dije
«no volverá a pasar».
Redry
De mi libro «Abrázame los monstruos».