Se querían al revés, sin tocarse.

En realidad se querían, se querían como los demás, se querían pero el miedo se llamaba “distancia”.

Lo único que quedaba era miedo, eso no impedía enamorarse del miedo. Se puede ser muy cobarde a tres centímetros, o a tres kilómetros cuando lo único que importa es no echar de menos.

Trepaban sobre nubes de neón, y no vacilaban en los atascos, a diario sólo eran un mensaje que no llegaba nunca, sin nombres ni apellidos.

Vacilaban contra la monotonía, y se sorprendían cuando el sol perdía un rayo cada noche. Se engañaban de vez en cuando con un beso en un concierto, con un abrazo en una calle vacía o con una foto en la pared. Pero nada de eso era suficiente.

Sobraban ruinas en el fondo de sus bolsillos, se deseaban lo mejor, pero no podían gritarlo en alto. Sólo eran un duro golpe de realidad a través de mensajes de texto en una pantalla que iluminaba sus caras cuando querían dormir a oscuras el uno con el otro.

Se querían al revés, un revés llamado a mil kilómetros de distancia.

                                                                                                                                     @Redry13