Dejo alguna vez la luz encendida, para que pueda parpadear, muerdo la tapa del bolígrafo y dejo siempre mil cosas a medias. La puerta del armario dice que la cierre de una vez, pero no quiero dejar a oscuras a los monstruos que allí puedan vivir. La oscuridad por la noche asusta un poco, como tú, cuando dejas de aparecer de repente.

Pero de vez en cuando apareces, y me desdigo, y te desdices y no nos hace falta decir muchas cosas que al final son insanas para la salud de tus dedos sobre mi espalda.

Te dije ven, y te fuiste, con los pelos de punta y los pies descalzos. Sin parpadear. Contra la pared más oscura de la habitación más iluminada.

Me dijiste voy, y me fui, con la música a otra parte y los sentidos perdiendo el equilibrio. Con los ojos cerrados, la nariz fría y los labios agrietados.

Y no hizo falta decir te quiero, éramos almas distantes, con serios contrastes. Con el alma rota y un amor ridículo en cada una de nuestras constantes.